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Historia de una conquista

Las palabras fluyen hábilmente, claro. Pero no dicen lo que quieres que digan, sino que difícilmente sabes lo que quieren decir. Suele pasar. Las palabras escritas no salen cuando uno quiere. Salen cuando a ellas les da la gana. Porque son así, porque son ellas. No serían palabras si obedeciesen. Las palabras son el hijo adolescente de la conciencia. Y a veces salen y le dejan a uno destartalado como una casa con cimientos de madera carcomida. Estamos hablando de aquellas palabras que se quedan grabadas para siempre en alguna superficie o lugar interestelar, por supuesto. Las palabras habladas salen a raudales, como una réplica de la conciencia, y hieren y aman, y son más pasión que verdad. Pero las escritas son a veces verdades como puños. Otras veces, son enjambres de mentiras que emponzoñan el remanente de ilusión en sangre del ser humano. Pero una vez fuera, están ahí. No puedes darles la espalda. Lo único que puedes hacer con ellas es releerlas, embeberte de ellas, y aprender o